"Hay que salir a ofrecer nuestros vinos porque son buenos, porque son sabrosos y porque no son caros"

- Emili Piera

Alto Turia, ¿por qué no? Texto de Emili Piera sobre el vino del Alto Turia

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«A veces se llama cultura vinícola a lo que sólo es comercio de botellas de vino y otras veces es tratado como hombre culto el que sólo es un divertido comensal levemente achispado y que los ángeles nos conserven el buen humor pero, es verdad, el Alto Turia, el más hermoso rabo por desollar de nuestra Serranía es, en efecto, un territorio donde se acumulan los sillares romanos junto a los bancales de uva merseguera, el barroco valenciano con el habla aragonesa. Estratos calizos y paredes de fortaleza almorávide. Acumulación, conocimiento. ¿Por qué negarlo? En torno al vino, incluso aunque no nos guste, se decantan y cristalizan usos, técnicas, experiencia, sabiduría. Capital, le llamaría un contable.

Cuando uno recurre a Internet para consultar las magras referencias a los vinos del Alto Turia, el trato es tan amable como sumario, como si se dispensaran unas palabras corteses a un pariente lejano. Bueno, quizás el pariente colabora a este trato con su timidez. La timidez no es buena para el negocio y si constatamos una y otra vez que en todas las iniciativas humanas, hasta las más complejas, sostenidas y difíciles, suele ser un pequeñísimo grupo de personas el que actúa como verdadero fermento, ¿Por qué iba a ser un problema la escasa población?

Los urbanitas se han acostumbrado a batir las trochas en busca de las viejas sabinas que no siempre encuentran. A admirar el juego de planos, tan cubista, de los tejados de Titaguas, a comer las esencias del bosque en alguna buena fonda de la que ahora no diremos el nombre, a contemplar los bastiones de lo que fue reino taifa…muy bien, pero también hay que bajar, como hacemos hoy, a los mercados de la plana, que son los más grandes.

Hay que aprender a borrar los recuerdos traumáticos, aunque llegues al mundo en día de riada o inundación, que es lo que le pasó a la cooperativa Santa Bárbara de Titaguas, y a tantos valencianos singulares, a los cuales su madre parió mientras el agua de los barrancos, acequias o ríos les lamían, casi o literalmente, los garrones. Que no nos pueda la atracción del ombligo, de la capa o el sombrajo protector, el síndrome de repliegue.

El agua es una buena señal y en la India ninguna señal es de mejor agüero para unos novios que una buena descarga del monzón mientras se casan. Pero mejor que el agua es el vino.

Hay que salir a ofrecer nuestros vinos porque son buenos, porque son sabrosos y porque no son caros y si alguno recela porque le parece que cobramos poco, está bien: le subiremos el precio para su tranquilidad.

Una de las cosas más misteriosas del Alto Turia es su combinación de alma ruda y delicada, de sequedades y parvas, de peñascos y corderos. Se diría que el muro de piedra seca que sujeta sus bancales es el símbolo más elocuente de un espíritu tenaz, agarrado a cantos y terrones, en equilibrio precario y, sin embargo perfectamente apto para las composiciones puntillistas del paisaje, para los chopos desnudos y afinados, con un penacho amarillo en la cima de su copa llameante, para los ríos pequeños y rumorosos, para las estampas más escogidas: ese rincón alto, soleado y niño donde aún construimos la cabaña de nuestra aventuras y partimos en busca del tesoro.

Pues los vinos que hoy presenta la Cooperativa Santa Bárbara de Titaguas, el Llanos de Titaguas y el Mersé, parece que sólo se quedaron con la parte delicada de esa alma pues siguen siendo, como sus predecesores, ligeros, frutales, claros, ácidos y alegres.

Decía Josep Pla que el vino Riesling es, con el amor de una madre y la sonrisa de un niño, las únicas cosas inocentes que había conocido. Bueno, quizás hubiera incluido algún vino nuestro en la lista de haber tenido la ocasión de probarlos».


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